19/5/12

La gente más feliz de la tierra

¿Cómo reconoce usted a una persona feliz? ¿O qué características en su personalidad o en sus vivencias le parece que debe poseer una persona feliz? Jesús nos enseña el secreto de la felicidad. Pero como casi siempre, lo que él nos revela difiere de nuestros pensamientos. Leamos Mateo 5. Luego, pongamos por ejemplo a uno de los grupos que él sabe felices: Los que lloran. ¿Cómo pueden estos ser felices? Pero lo son, de acuerdo a la enseñanza de Jesucristo. ¿Cómo es que pueden serlo? Veamos.
Hay dos aspectos que debemos resaltar: Primero, que esta felicidad, por un lado, está mirando al futuro. "Porque ellos serán consolados". Y si consideramos que esa consolación viene de Dios mismo, pues ya podemos imaginar que será excelente. Pero hay otro aspecto. y conviene tomarlo en cuenta pues Jesucristo nuestro Señor ha dicho en presente: "Bienaventurados". El está hablando de un presente continuo. El está mostrando que esa felicidad, el disfrute, la satisfacción que responderá a la necesidad que tenemos los justos, la tenemos aquí. Y eso sucede muchas veces y de diversas maneras. Eso constituye lo que muchos llamamos "testimonio" refiriéndonos a algo hermoso, sobrenatural, especial, que el Señor hizo en nuestras vidas. 
Casi siempre, un testimonio surge en medio de las dificultades de la vida. Por ello, parte de nuestra felicidad es la presencia de Dios. La acción de Dios en nuestra humilde vida. Recuerdo muchos preciosos momentos en que Dios obró en mi vida. Y cuando recorro en mis recuerdos esas obras maravillosas, reconozco una dificultad, necesidad o angustia. No siempre, pero allí están. Y en otros casos, no fue dificultad o sufrimiento mío, pero el de alguien que amo, el de algún prójimo que se acercó por ayuda. 
Por ejemplo, recuerdo aquella vez que mi hermano menor fue atropellado por un trailer articulado. Gracias a Dios no le aplastó la cabeza, pero la arrastró en el asfalto. Quiero decir que la llanta estuvo en su cabeza, empujándola. 
Cuando nos enteramos en casa, inició una pesadilla real. Todos lo que veían a mi desesperada madre preguntar por su pequeño hijo, no le daban esperanzas de vida. Al fin, llegamos al lugar al que fue llevado. El hombre que le recibió en emergencia estaba bañado en sangre. Yo estaba atónito. No lo podía creer. Tampoco podía llorar. Mi hermanito menor, el que nos alegraba a todos, el más engreído del barrio, la alegría de mis padres... Pero sobrevivió. Y aunque los doctores no dieron muchas esperanzas, vivió. Recibió un tratamiento intenso. Operaciones en el rostro, internas y externas, y luego un tratamiento para procurar volver su rostro a la normalidad. Cada vez que le visitaba, su rostro tenía variados colores. Su cuerpo también tuvo que ser reparado, pero lo peor fue en la cabeza. Entonces, al final, poco antes del alta, uno de ellos nos dijo que tendría un carácter difícil. Que tengamos mucha paciencia con él. Que era comprensible y que nada se podía hacer. Y así fue... porque tenía un dolor crónico en la cabeza. Así fue hasta que un día Dios obró. 
Cuando después de recibir la unción, el bautismo del Espíritu Santo, oramos por él, sucedió algo impresionante. Los huesos en la cabeza comenzaron a acomodarse. Crujían. Y por sus fosas nasales salió sangre negra, de no se qué lugar en el que habría estado alojada. Desapareció el dolor que tenía allí todo el tiempo. Y desde entonces su carácter cambió. Su rostro se recuperó y normalizó de tal modo que si usted ahora lo viese no se le ocurriría que alguna vez fue casi aplastado por un camión. Este fue un milagro de Dios. Y yo no lo olvido. Siempre que lo recuerdo doy gracias a Dios. Recuerdo las lágrimas de mis padres. Recuerdo las mías. Pero recuerdo sobre todo ese día en que fuimos consolados. ¡Gracias Señor! Porque en verdad sabes hacernos felices. Porque estas obras tuyas son una forma de decirnos que estás presente. Que nos amas. Y quien tiene esto, es feliz. Eres tú la fuente de nuestra felicidad amado nuestro. 
Cierto, lo mejor vendrá al final. Pero nuestra felicidad es también presente. Bendito el Señor que nos favorece.