15/8/14

El Señor es nuestra fuerza... especialmente cuando somos débiles

Recuerdo mi juventud y la manera tan especial como el Señor me llamó. Recuerdo que estaba tan apasionado, tan enamorado, tan rendido  a los pies de mi Señor que le decía muchas veces en mis pensamientos: Yo sí estoy dispuesto a morir por ti si fuera necesario. 
Pero esas buenas intenciones fueron probadas en diversas maneras. Por ejemplo, me fui dando cuenta que hay otra muerte a la que debía enfrentarme, y no estaba yo muy preparado. Se trataba de ese morir a mí mismo, a mis gustos, a mi comodidad, a mis sueños y anhelos. No fue fácil. No fue fácil aprender a amar de verdad a mi familia y mi prójimo. Esa muerte no la había yo considerado. 
Pasado un tiempo, y cuando estaba un poco más crecido en la fe, se me dio la otra oportunidad (o prueba :). En un viaje a la serranía, fui amenazado de muerte por algunas personas. Ya habían matado unas cuatro un día antes de mi llegada, así que uno más no haría mucha diferencia. 
Temí en esas oscuras noches. No dormí toda la semana que me quedé en aquellos lugares a los que llegué en un caballo luego de peripecias en un camión. Solo hasta la costa de Barranca llegaba el bus que me llevó de Lima. La angustia y el temor me hacían saltar en la cama cada cierta cantidad de tiempo. Y dos de mis amigos estaban igual (aunque ellos no conversaron con nadie que los amenazase directamente). Me di cuenta entonces, que no estaba tan dispuesto a morir por mi Señor. 
Tenía mucho miedo. Y rogaba que nada suceda. Pedía que podamos conversar y explicar nuestra posición, que al menos tengamos oportunidad de predicar y aclarar las cosas. El asesinato de Uchuraccay había ocurrido hacía pocos días y la idea de ser asesinados del mismo modo me espantaba. Cuando me tocaba predicar procuraba acercarme  a las corrientes más socialistas posibles, sin renunciar  a mi fe, de la doctrina o la teología cristiana. Procuraba no chocar con esas personas que se quedaban al final de la congregación con los rostros cubiertos por sombreros  y chalinas, o pasamontañas. Y cuando los hermanos me decían "cuídese pastor", yo no entendía a qué se referían... es decir, ¿cómo podía cuidarme? No tenía nada para defenderme. No veía a medio metro de mí en la noche y no conocía el lugar. ¿Cómo me cuidaría? 
Me pellizqué muy fuerte al llegar a Lima. Me arrodillé. Lloré. Agradecí seguir vivo. Hay otros detalles que no contaré hoy. Solo que mi llanto era una forma de decirle a Dios desde mi corazón: Ayúdame a no fallarte si vuelve a suceder... no he podido. No me siento digno de ti. Parece que después de todo no te amo como pensaba... 
Yo se que él me consolaba. Se que me perdonaba y animaba. Lo se. Pero ninguna de esas muertes fue tratada por mí, y vencida, como yo deseaba. Sin ti Señor, nada podemos hacer. Danos fuerzas. Como afirma esa preciosa canción, 
"Tu gracia abunda en la tormenta, tu mano Dios me guiará. Cuando hay temor en mi camino, tú eres fiel y no cambiarás. A tu nombre clamaré. En ti mis ojos fijaré. En tempestad descansaré en tu poder, pues soy tuyo hasta el final.
Que tu Espíritu me guíe sin fronteras. Mas allá de la barreras, a donde tu me llames. Tú me llevas mas allá de lo soñado. Donde puedo estar confiado al estar en tu presencia. "
Pareciera que cada vez más cristianos están conscientes de que estamos en los tiempos finales. Y si eso es cierto, también parece que no muchos comprenden que la pelea no será fácil. Roguemos que esos días nos encuentren fuertes... ¡comenzando ahora!