30/8/11

Hoy siembro un árbol

"Si el Señor viene mañana, hoy siembro un árbol." Esta frase ha sido atribuida a diversas personas pero pertenece a Martín Lutero. Probablemente resume la mentalidad que poco a poco dio un tremendo impulso a la sociedad alemana levantándola y haciéndola trabajadora, esforzada y disciplinada.
¿Qué quiso decir Lutero? Que si el mundo se termina mañana, él tiene tareas que cumplir aún. Si esta historia aún no termina, tampoco nuestras responsabilidades. Si seguimos vivos, hay mucho bien que hacer todavía.
Esto contraviene a la mentalidad pesimista que algunos tienen ante las adversidades que se vislumbran. Actitud parecida a la de algunos tesalonicenses que, pensando que el Señor vendrìa pronto, no querìan trabajar o asumir responsabilidades, dándose al abandono.
Hoy, no es difícil encontrar gente deprimida o desanimada por el estado del mundo. Cuanto más enterados de la realidad, puede que ese sea un aspecto difícil de mantener en alto: nuestro estado de ánimo. Pero recuerde: hay planes de Dios que deben realizarse. Hay cosas buenas que USTED debe cumplir. Y por encima de nuestras emociones cambiantes, esas tareas deben realizarse.
Es cierto que mañana podría no seguir viviendo. Pero a veces hasta la despedida resulta iluminadora. ¿No es así frecuentemente con los héroes?
Los cristianos tenemos las mejores razones para hacer lo bueno hasta el final. Una de ellas, quizá muy bien esbozada por Lutero, es que las desgracias nos acercan indirectamente a esa venida preciosa, a ese encuentro con la gloria. Entonces, ¿no hay mas bien razones para alegrarse y procurar hacer un poco mejor lo que hacemos para agradar a nuestro Señor? Tenemos tiempo para mejorar, para arrepentirnos, para llamar a otros a lo mismo, para rendirnos ante El, o para abrazar fuerte a quienes amamos.
Vea el futuro con esperanza. Si le faltan fuerzas haga como Jesús en Getsemaní, clamando por fortaleza. Pero por encima de como se sienta, agrade a su Señor haciendo lo que debe. ¡Aún hay tiempo!

25/8/11

Mi Señor, mi conciencia y mi cultura

Registra la historia que el misionero Guillermo Carey se horrorizó con algunas creencias y prácticas de la cultura india. Resulta que fue testigo de la muerte de una mujer a la que quemaron viva junto al cuerpo de su marido fallecido. No pudiendo quedarse indiferente, se dispuso a intervenir con la mayor celeridad e intensidad posibles de modo que logró que se prohíba mediante ley tan descabellada y cruel práctica.

Este misionero contó que fue menospreciado no solo por la multitud que contempló a gritos y alaridos ese suceso, sino también por la propia mujer que iba a ser quemada. Y es que para ellos y para ella, eso estaba bien. ¿Qué problema tenía ese “gringo”? ¿No comprendía que esa era la gloria para ella? Pues bien, usted puede no ser un gringo, pero hay muchas cosas que debe cambiar en este mundo.

La ética de la gente se desenvuelve según sus creencias. Y como puede apreciarse en este ejemplo, no siempre será lo correcto. Claro, un “culto” positivista, objetivo y flemático, indiferente y cómplice, dirá que no hay por qué meterse con la cultura de la gente, de los pueblos, de las etnias. Al fin y al cabo, ¿Quiénes somos nosotros? Pero como muchos han entendido ya, no estamos en este mundo solo para observarlo, sino para transformarlo.

Jesucristo nos ha constituido en sal y luz de la tierra. Hemos sido puestos para bendecir, para reformar, para restaurar, para reconciliar. No, no podemos quedarnos solo observadores. Demasiado sufrimiento hay en la tierra como para quedarse de brazos cruzados. Mucha pobreza y miseria no solo por las injusticias sino, en muy buena medida, por las falencias de una cultura deformada con creencias torpes e inhumanas.

Lo que he relatado aconteció hace mucho tiempo, pero nuestras culturas necesitan ahora mismo ser transformadas. Esas culturas de las ciudades, en los barrios, en los edificios. Esas creencias y “estilos de vida” necesitan dirección urgente. Y no es solo cuestión política o didáctica. Cuando la palabra de Jesucristo se hace una con nosotros, entonces el cielo está tomando la tierra. Y eso es lo que tanto pedimos: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad…”. Levántese entonces!

22/8/11

Un pecado sutil

La envidia es cosa muy mala. Por envidia, Caín mató a Abel. También por eso José fue vendido por sus hermanos. Saúl fue perseguido por David y Jesús mismo sufrió a causa de los envidiosos fariseos, escribas y sacerdotes.
La envidia hace infeliz a quien la tiene y puede contaminar y dañar a quienes están cerca. Puede dañar hasta a los más "espirituales" (la he visto actuar inclusive en pastores... bueno, infalibles no somos aunque alguno por alli cree que lo es...).
Un problema serio con la envidia es que a veces puede aparentar ser sabia. Se torna consejera, crítica, altruista, santa y exigente, imitadora de lo bueno... sí, inclusive de la fe. Pero es muy sutil y nos puede hacer infelices casi sin que nos demos cuenta de por qué lo somos.
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.
¿Cómo vencerla? La Escritura nos aconseja ver la raíz: el amor al mundo. Esto quiere decir, el amor al dinero, a la gloria o la fama, al placer y los bienes... por encima de mi amor a Dios y a mi projimo. Si no poseo tales cosas, o veo que otros sí, entonces me sentiré mal y les envidiaré. Debo entonces iniciar con una renuncia. Y esta implica lo siguiente:
Humillarnos ante Dios. Someternos a El. Porque impulsados con esa forma de motivación que la envidia provee jamás estaremos haciendo la voluntad de Dios, salvo en apariencia. ¿Recuerda los ayunos que Dios reprobó? ¿Recuerda la oración del fariseo que Jesús tachó? Apariencias de piedad pero que solo escondían una motivación equivocada. Así que este proceso de sometimiento a Dios en el corazón mismo, en las intenciones, nos llevará a una batalla seria:
Resistir al diablo, decidiendo no murmurar de nuestros hermanos ni juzgarles.
¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará. Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.
¿Le ha sometido o tentado la envidia? Pelee. Venza. ¡Usted puede ser felíz mi herman@!

Los errores no son nuestro mayor problema. Un corazón errado sí que lo es. CEVA

20/8/11

Trabajo y placer

Ayer me emocioné casi hasta las lágrimas. Tuve una repentina visión mientras recorría calles del cono sur de Lima. Fueron solo unos minutos y no fue una visión espiritual. Lo que vi es a varias personas trabajando, en diferentes lugares y oficios. Pero casi todas esas personas que vi tenían algo en común: trabajaban... y lo hacían con alegría! Puede que consideren esto cursi o extraño, pero me alegró tanto...
A mí también me dio que pensar. ¿Por qué me alegraba tanto? ¿No sería porque había visto tanta amargura en las personas sin trabajo? ¿No sería porque he visto mucha gente trabajando con amargura y enojo, sin tener placer en lo que hacían?
El pecado dejó su secuela de insatisfacción en las labores. Sudor y lágrimas. Pero en Jesucristo el trabajo también es redimido. Y cuando veo la redención efectiva en la vida de la gente, me emociona en verdad. Lo vi desde el auto en que me trasladaba, pero me fue como una hermosa visión celestial... Gracias Señor.