10/1/16

Tres cruces - Lc. 23:32-43

En el evangelio de San Lucas se mencionan a tres personas crucificadas. Se trata de Jesús y dos malhechores. Los tres son crucificados. Uno, inocente, muere por el pecado de otros. Su muerte es expiatoria. Los otros, son personas que sufren por su propia maldad. Pero uno de ellos muestra su fe en Jesucristo precisamente en ese trance de tortura y dolor horrendo. Y afirma algo que es inconcebible. Le dice a Jesús: acuérdate de mí cuando estés en tu reino. ¿Cómo es que un hombre moribundo puede decirle al otro que está en la misma condición tales palabras si no creyese que es el Hijo de Dios, inocente pero a la vez listo a resucitar e imponer su gobierno?
La fe de ese hombre es ejemplar hasta lo sumo. Ver a Jesús crucificado haría pensar a cualquiera lo que precisamente el otro malhechor afirma: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros". Y es que la situación apremia. Los horrendos dolores los aquejan además de la asfixia que produce estar colgados de los clavos incrustados. Si hay algo que él puede hacer, ese es el momento. ¿No sería acaso la misma actitud nuestra?
La fe puede hacernos tener una actitud y una acción diferentes a los que no creen, aún en el momento de la muerte. Y en esa crucifixión podemos ver a uno que sufrió por los malhechores, y dos malhechores diferentes: uno que aprovechó el sacrificio de Jesucristo y otro que sencillamente terminó sus días con un destino que nos gustaría llamar más bien incierto, pero que como sabemos es más bien destructivo. Tres personas que no mueren igual aunque los tres están agonizando en sus cruces.
En verdad, no todos van a la cruz por las mismas razones. No todos sufren por lo mismo. Nunca midas a las personas del mismo modo solo porque ves las mismas circunstancias.

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